Después de 25 años en los que he formado presencialmente en “soft skills” a más de 20.000 personas en 150 organizaciones (tanto nacionales como multinacionales, tanto públicas como privadas), sigo investigando sobre cuáles son las actitudes que caracterizan a un buen formador. 

Podemos reducir a cuatro los objetivos fundamentales de la formación: 

  1. Transmitir conocimientos 
  1. Fomentar la reflexión 
  1. Entrenar habilidades 
  1. Modificar/mejorar actitudes 

Mi primer jefe en este gremio me aleccionó bien diciéndome que, paradójicamente, un conocimiento muy profundo y especializado sobre las materias a impartir era a veces un impedimento para una de las actitudes que me recomendaba como fundamental: la de escuchar al participante. Esto significa respeto al otro. Posiblemente por ello, he tratado en estos años de aportar conocimientos, valor y mi opinión sobre los temas que se trataban, dejando siempre espacios” para apreciar y reconocer las opiniones o puntos de vista aportados.  

Relacionada con lo anterior, creo que la humildad es otra actitud fundamental de un buen formador. La humildad es poner en su justa medida tanto las fortalezas como las limitaciones. 

Otra actitud básica es la de la empatía, tratando de ponernos en la situación por la que está pasando el profesional en el momento, sin prejuzgarla y tratando de comprenderla. 

Los cuatro objetivos de la formación arriba mencionados se podrían resumir en la frase: “intentar que aflore lo mejor de cada profesional y persona”. Esto me recuerda a lo que decía Martí del General San Martín: “criaba en cada soldado la condición saliente”. 

Para esto hace falta creer en la naturaleza de la persona y en que es posible el cambio, la mejora, el desarrollo.  

Frente a estas actitudes (escucha, respeto, humildad, empatía y confianza en la condición humana) debemos evitar varios errores habituales, en los que yo desde luego he incurrido: 

  • la búsqueda del impacto aparente o el aplauso fácil por parte de los participantes a las formaciones presenciales 
  • no esforzarnos por “llegar” a esa persona más complicada o con una “química” diferente a la nuestra 
  • estar en nuestras zonas de confort, sin arriesgar, con miedo a innovar conceptual o metodológicamente 
  • seguir las modas del momento en cuanto a los contenidos que ofrecemos, aunque sepamos que aportarán poco valor 

Debemos cuidar nuestros principios pues sin ellos, nos alejaremos de los objetivos formativos. Fue Quino el que afirmaba que “educar es más difícil que enseñar, porque para enseñar se precisa saber, pero para educar se precisa ser” 

Por eso, formadores que me leeis, sobre todo “seamos”, trabajando estas actitudes y buscando la mayor coherencia posible en lo que hagamos.  

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